Por Carlos Ramírez

El sistema político estadounidense acaba de comprobar la fortaleza de su democracia: un intento más de magnicidio cimbró el proceso electoral de 2024 con el atentado contra su principal candidato presidencial, pero con la certeza dramática y brutal de que nada hubiera ocurrido en la vida cotidiana de haberse cumplido la intención criminal del francotirador.

El crimen político como crimen permisible parece no tener nada que ver con las reglas de la democracia: el presidente Lincoln fue asesinado después de la guerra civil y de haber definido el futuro de derechos civiles de los negros y el país siguió su marcha con una guerra civil vigente entre ciudadanos de diferente color de piel;

El presidente John F. Kennedy fue asesinado como candidato presidencial demócrata para la reelección y es la hora en que su liquidación forma parte de uno de los misterios del régimen político, sobre todo si se toma en consideración la película JFK de Oliver Stone, de 1991, en la que hizo trizas la tesis de la bala mágica que parecía tener un camino para dañar a tres personas al mismo tiempo. Kennedy fue sepultado y su sucesor Lyndon B. Johnson quedó atrapado en el pantano de Vietnam.

El presidente Reagan, un guerrerista, sufrió un atentado en 1981 y en nada modificó su proyecto imperial; ahora el principal precandidato republicano Trump estuvo a milímetros de que una bala le hiciera estallar la cabeza, pero la vida política siguió su marcha.

La Segunda Enmienda que permite a los particulares poseer cualquier tipo de armas y crear milicias para defenderse fue un mecanismo del Estado estadounidense en la primera mitad del siglo XIX cuando el modelo de función divina de Estados Unidos para gobernar el mundo vía el destino manifiesto supo que no podía tener resultados si mantenía apenas 13 colonias en el lado oeste con una extensión territorial de cuando menos 7% del tamaño actual de EU. La expansión territorial-imperial de Estados Unidos para gobernar el mundo requirió de la conquista de las tierras que pertenecían a los indios y a un México dividido.

A partir de la finalización de la Primera Guerra Mundial y a través de los 12 puntos wilsonianos de hegemonía mundial, Estados Unidos se convirtió en el Estado mundial-eje, con derecho a intervenir por la fuerza en cualquier parte del mundo para cumplir su objetivo como nación dominante: el american way of life o modo de vida americano, que en términos de bienestar sigue atrayendo millones de migrantes para cumplir el sueño americano que no es otra cosa que salarios altos en dólares y bienestar a costa de un trabajo que raya en la explotación inhumana.

Estados Unidos no puede terminar con el problema de las armas –como el fusil AR de su padre que consiguió el francotirador contra Trump– porque el gobierno y la economía estadounidenses son los principales fabricantes de armas para crear guerras legales y guerras delictivas en todo el mundo, a través del contrabando legal e ilegal.

La doctrina estadounidense de dominación mundial tiene como principio originario el acceso a las armas de cualquier persona, independientemente de la situación psicológica en la que se encuentre. Los datos anuales de violencia y los más de 650 tiroteos masivos anuales desde 2020 se sustentan en la libertad, inclusive con regulaciones a veces estrictas, para tener acceso a un arma en el mercado legal o –de manera mucho más incriminatoria– en el mercado ilegal de armas en las calles de Estados Unidos, planteando las evidencias de una complicidad de las autoridades con los delincuentes que trafican con armas dentro de EU por un puñado de dólares.

Políticos y ciudadanos, por muchas unas razones, son víctimas de la violencia que se encuentra en el alma imperial de los Estados Unidos. Si quisiera encontrarse alguna fórmula para disminuir la violencia, el primer paso tendría que darse en la aceptación gubernamental de que Estados Unidos ya no intervendrá en ningún conflicto mundial no para poner un orden social, sino para mantener la lógica dominante de sus intereses económicos basados sobre todo en el dominio de los recursos naturales para hacer funcional la maquinaria del capitalismo estadounidense.

Lo peor que hubiera pasado con Trump de haberse concretado el magnicidio podría ilustrar el salvajismo de la violencia criminal: en Estados Unidos cualquiera puede matar a cualquiera y el modelo socioeconómico y político apenas mirará por encima de sus hombros y dejará que el mundo siga su marcha.

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