Por Carlos Ramírez
Si se entiende bien el alcance de las diversas manifestaciones de la marea rosa, entonces se podrá ir armando el rompecabezas de la nueva derecha mucho más allá del viejo panismo católico-empresarial, del neoliberalismo salinista del PRI y del vulgar acomodaticio del PRD chuchista.
Como ocurre con cada sacudimiento político, los reacomodos liberan nuevas fuerzas ideológicas, sociales, económicas y políticas. Las marchas de la marea rosa mostraron los perfiles ideológicos de corrientes que tendrán activismo en el próximo sexenio:
–Prominentes miembros del funcionariato del Estado autónomo de las fuerzas sociales.
–Activistas de centro-derecha provenientes de la izquierda socialista-comunista.
–Intelectuales que estaban situados en su cómoda torre de marfil en modo Vigney-2024 y que salieron a la calle a luchar por la chuleta porque el gobierno lopezobradorista les quitó subsidios y apapachos de la vieja dictadura perfecta.
-Liderazgos partidistas sin bases sociales que se dedicaban a la negociación de posiciones de poder individuales y que se encontraron de pronto sin partido y descubrieron el clavo ardiente de la sociedad civil, cualquier cosa que ésta sea.
–Un empresariado coparmexiano que encontró el espantapájaros el comunismo y que vieron también en riesgo sus privilegios derivados de su funcionamiento tramposo como cámaras sin reconocimiento legal.
-Una iglesia católica neoconservadora con fieles en repliegue y por lo tanto menos limosnas populares que explotan el miedo-fe del pueblo.
–Y sobre todo a un gobierno estadounidense que perdió dominio y hegemonía sobre México y que tuvo que llamar a cuentas a Washington a la candidata Xóchitl Gálvez Ruiz para dotarla de un acuerpamiento de la comunidad de inteligencia y seguridad nacional de la Casa Blanca para mantener el dominio regional.
La reconfiguración del nuevo bloque de poder de la derecha en México parte de un supuesto falso: el proyecto político y de masas de López Obrador no es de izquierda ideológica –es decir: socialista o comunista–, sino que se agota en la configuración de una coalición gelatinosa de beneficiarios de los programas sociales –más del 60% de la población mexicana–, pero sin ningún partido ni movimiento de clases productivas que participan, quiéranlo o no, en la lucha de clases y que anulan el modelo socialista con una mezcla oxímoronica del populismo cardenista de clase obrera como masa y no como clase y la clase media aspiracionista que inventó Miguel Alemán y que la hizo depender del bienestar de políticas sociales de un Estado intervencionista sólo para construir bases sociales, incluyendo el modelo idílico de economía mixta que hoy se sublima, por ejemplo, con la alianza de la política de obra pública de Palacio Nacional con la complicidad del supermillonario que no deja ir pequeños contratitos de obra, Carlos Slim Helú.
En la capacidad que tiene el Estado para obligar a consensos y acuerdos productivos se van a ir ahogando las posibilidades de la nueva derecha mexicana que encabezarían los perredistas Guadalupe Acosta Naranjo y Carlos Navarrete Ruiz, al lado de los transicionistas frustrados José Woldenberg y Lorenzo Córdova Vianello, contando con la bendición intelectual de los tres nuevos santones del pensamiento ideológico de la derecha que viene del viejo PRI conservador: Roger Bartra, Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze.
El saldo electoral del próximo domingo reacomodará las piezas del nuevo rompecabezas político-ideológico de las transformaciones de la derecha mexicana: la bancaria-empresarial que fundó al PAN, la priista que emergió de la corrupción de contratos públicos, la priista neoliberal cada vez más sólida del salinismo redivivo, el pos-poscardenismo del PRD de los Chuchos que salieron del ala echeverrista del cardenismo, las tres formaciones del viejo régimen priista que no podrán ir más allá del 2 de junio y que entrarán en una lógica del conflicto con la nueva derecha que vio con desdén a este viejo partidismo que se agandalló de manera vulgar las posiciones legislativas para una oligarquía sin destino histórico.
Lo que queda de este nuevo cuadro político-ideológico del proceso electoral de 2024 será el enigma respecto a la persistencia o desaparición histórica, por segunda ocasión, de una izquierda socialista que perdió sus viejas posiciones de poder: partidos, sindicatos, universidades públicas y medios de comunicación, pero que podría ser un punto de equilibrio dentro del amorfo bloque populista López Obrador-Sheinbaum Pardo. Por lo pronto quedó al final de la campaña el desplegado de 150 militantes de antiguo PCM de la izquierda socialista-comunista a favor del proyecto de Sheinbaum.