Por Carlos Ramírez

En la primera incursión político-electoral de los intelectuales progres ya colocados en la lógica conservadora, el escritor Juan Villoro fue muy claro en decir allá por abril de 2006: “las campañas electorales viven de la propaganda y el ejercicio intelectual es lo opuesto a ellas. No se puede ser intelectual y hacer propaganda. El intelectual en campaña es ya político”.

Dos sexenios después los intelectuales vuelven a las andabas y no sólo participan como abajofirmantes en desplegados de propaganda político-electoral partidista a favor de la candidata opositora Xóchitl Gálvez Ruiz, sino que solicitan el voto en las urnas por el PRI, el PAN y el PRD, partidos a los que combatieron intelectualmente hasta hace no mucho tiempo.

Los intelectuales en labores político-partidistas violan el modelo intelectual de quienes deben pensar y no actuar. Se trata de la parresia como comportamiento intelectual desde los filósofos griegos: el acto de decir la verdad sin preocuparse por sus efectos, como cuando Aristóteles dijo, en palabras acomodadas al lenguaje moderno: “soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”. Y la parresia fue la actitud de Sócrates de preferir la cicuta por su verdad, en lugar de huir subrepticiamente de la prisión.

Los gambusinos del archivo de verdad que están disfrutando la revisión de pronunciamientos intelectuales del pasado no muy lejano; por ejemplo, Octavio Paz, Gabriel Zaid y Enrique Krauze combatieron a Héctor Aguilar Camín y su grupo (A)Nexos por sus vinculaciones con el poder político de Carlos Salinas de Gortari en 1992 y con el padrinazgo probado en fotografías nada menos de que de Joseph-Marie Córdoba Montoya.

A propósito del Coloquio de Invierno que realizó en 1992 (A)Nexos con fondos públicos operados por el exmarxista y luego echeverrista Víctor Flores Olea, las tres cabezas visibles del grupo Vuelta dibujaron en pocas palabras el estilo político-burocrático de Aguilar Camín, aunque hoy participan, festivos, con firmas en el mismo desplegado a favor de Gálvez Ruiz. En 1992, Paz dijo: “llueven favores oficiales sobre Nexos” y acusó a ese grupo de querer apoderarse de los centros vitales de la cultura, aunque ya tenían el regalo de Salinas del canal 21. Zaid describió entonces a Aguilar Camín como “una especie de Fidel Velázquez de la cultura”; y Krauze calificó a Nexos como “consorcio paraestatal”.

No está mal que los intelectuales sean genios de las mutas ideológicas, pero debiera haber cierto tipo de prurito en el sentido común para cuando menos explicar hoy las amistades que fueron animosidades en el pasado, sobre todo porque la confrontación entre los dos grupos culturales –Aguilar Camín/Monsiváis vs. Paz/Zaid/Krauze– no se dio con bromillas estudiantiles, sino con acusaciones gravísimas de complicidades de los intelectuales del grupo (A)Nexos con lo que representaba el proyecto ideológico neoliberal de Carlos Salinas de Gortari.

El compromiso de los intelectuales de (A)Nexos con Salinas de Gortari no se redujo sólo a reuniones entre ellos para comer y echar la chorcha, sino que implicó un involucramiento directo que pasaba por el presupuesto. Durante los primeros años del salinismo, por ejemplo, Carlos Monsiváis navegó con la bandera de suplantar voces cuando contestaba su teléfono y luego suplantó personalidades cuando se vinculaba al poder. En el último año del salinismo, Monsiváis fue miembro formal del Consejo Consultivo del Pronasol y recibió emolumentos del Estado por sus funciones, que quién sabe qué hacía, pero poco importaba porque de lo que se trataba era de mantenerlo ya dentro de la nómina gubernamental.

La hoy alianza estratégica Héctor Aguilar Camín-Enrique Krauze y la participación de los intelectuales de ambos grupos epistémicos –para no decirles mafias culturales como en los sesenta, siguiendo el modelo de la novela La Mafia de Luis Guillermo Piazza y el relato irónicamente demoledor de René Avilés Fabila en su novela Los Juegos– tiene hoy un escenario que pasa de las simpatías que no se discuten de intelectuales con candidatos a la militancia política que criticaba con severidad Juan Villoro en el 2006 y que convertía a los intelectuales de hombres y mujeres de ideas militantes vendiendo candidatos en el mercado electoral.

Camín y Krauze le deben a la cultura una explicación sobre las complicidades político-culturales que hoy los hermanan.
Este mismo modelo de interpretación y análisis se aplica a los intelectuales que apoyaron a la candidata oficial Claudia Sheinbaum Pardo, pero en la lista sólo se perciben algunos –Lorenzo Meyer y Elena Poniatowska– que ya habían decantado sus preferencias político-electorales hacia el proyecto lopezobradorista.

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