Por Carlos Ramírez
Las elecciones presidenciales, legislativas federales y locales del 2024 entraron en su recta final después del tercer debate, con los indicios inevitables de las encuestas. Las votaciones tendrán sólo dos posibilidades: la continuidad del populismo de Estado o el regreso del neoliberalismo de mercado.
El populismo lopezobradorista tiene raíces históricas y se explican con claridad en el modelo desarrollado por Arnaldo Córdova en su libro clásico La ideología de la Revolución Mexicana. La formación del nuevo régimen: el proyecto social de la Revolución Mexicana que funcionó desde la Constitución de 1917 hasta la crisis populista de 1982 y regresó en el sexenio que está por terminar.
El neoliberalismo de mercado que presenta la coalición empresarial-ideológica de la derecha mexicana presenta una novedad respecto de su ciclo anterior 1983-2018: hoy se trata de un liberalismo de mercado, pero manejado por el modelo de Estado autónomo que el presidente Salinas de Gortari introdujo como caballo de Troya en el Tratado de Comercio libre; el Estado como autoridad, pero operado por una élite no social también autónoma de los grupos sociales y en modo muy de dinastías chinas de funcionariato, es decir, funcionarios designados por su capacidad y sin ninguna vinculación con la sociedad, teniendo a Lorenzo Córdova Vianello como prototipo de la tecnocracia pública con distanciamiento racista de las clases populares.
La polarización en dos enfoques ideológicos diferentes se basa en la vigencia del Estado un el motor del desarrollo o el mercado como dinamizador de la actividad económica y ha llevado a un fenómeno muy interesante que tendrá que ser discutido después de las elecciones: el realineamiento de grupos políticos, partidistas, sociales, productivos y de manera sobresaliente intelectuales que finalmente salieron de la torre de marfil que reveló Sainte-Beuve diferenciando entre la socialización de Víctor Hugo y el aislamiento de Alfred de Vigny.
Los dos proyectos tienen el mismo objetivo final –el bienestar de la sociedad–, pero a través de dos caminos diferentes: el populista privilegia la responsabilidad histórica del Estado para definir y conducir el modelo de desarrollo, a partir de la experiencia histórica del ciclo 1934-1982 en que la economía creció 6% promedio anual y tasas de inflación de 2%-4%, con la construcción de políticas sociales desde el Estado, mientras el sector privado se la pasaba sólo exigiendo espacios para negocios directos o de obras públicas. La burguesía productiva mexicana nunca se preocupó en ese periodo por atender las necesidades sociales de la población y está como dato máximo el salario como precio relativo vinculado sólo a la tasa de utilidad privada.
El proyecto neoliberal fue definido desde el Estado durante la presidencia de Carlos Salinas de Gortari y sobrevivió dos gobiernos panistas y el último gobierno priista a través del control de la política pública desde la Secretaría de Hacienda que en el período 1983-2018 fue dominado por el bloque neoliberal de los llamados Chicago boys o economistas del Instituto Tecnológico Autónomo de México y el líder de esa corriente Francisco Gil Díaz, exdirector de economía de ITAM, egresado de la Universidad de Chicago e inclusive profesor adjunto del padre del neoliberalismo Milton Friedman. En el periodo neoliberal 1983-2018, el PIB promedio anual fue de 2% y la tasa de inflación alcanzó dos dígitos, con el consecuente deterioro de las tasas mexicanas de bienestar: el 80% de mexicanos con restricciones sociales y sólo 20% viviendo sin ninguna restricción social.
El modelo de desarrollo del presidente López Obrador fue mixto: populista en objetivos de bienestar social y gasto a favor de la población no propietaria, pero con restricciones de estabilización macroeconómica antiinflacionaria ajustada a las exigencias del Fondo Monetario Internacional. El populismo mixto amplió la cobertura social a los sectores vulnerables, pero no pudo reconstruir el modelo de producción capitalista porque los recursos del Estado se orientaron de manera prioritaria a obras de infraestructura sin ningún factor de multiplicación social. El modelo neoliberal de la candidata opositora Gálvez Ruiz regresa a la dinámica productiva al mercado –la tasa de utilidad como factor de inversión privada–, pero reduciendo algunos otros gastos sociales que las finanzas públicas reorientadas al mercado no tendrán capacidad de cobertura.
Las votaciones van a optar por dos proyectos diferentes.