La primera clave que ha mostrado el paquete de primeros miembros del próximo gabinete presidencial pudiera parecer muy obvia pero estaría significando el primer indicio de cambio de estilo de gobierno: la reactivación del primer piso de la administración pública federal, dando señales, hasta ahora, de que se estaría terminando el Gobierno de la presidencia unitaria con gabinete de floreros.
El estilo personal de gobernar del presidente López Obrador centralizó en su persona, su discurso diario y sus mañaneras el funcionamiento de toda la administración pública central, a partir de una presidencia en modo de acción comunicativa, con designación de pomposos secretarios de Estado, pero con funciones propias de jefes de departamento, a veces ni siquiera de subsecretarios o directores generales.
La virtual presidenta electa Sheinbaum ha utilizado la presentación a cuentagotas de su gabinete presidencial para destacar la calidad profesional de los designados, lo cual estaría diciendo que pudiera mantenerse por razones de continuidad coyuntural el modelo de las mañaneras, pero con secretarios del despacho presidencial con funciones activas para conducir los asuntos cotidianos, dándole funcionalidad administrativa y por lo tanto política a las oficinas encargadas de las diferentes funciones del Gobierno.
Los secretarios del despacho presi- dencial fueron una herencia del México colonial, sobre todo del periodo de los Borbones de los siglos XVIII y XVIII, cuando la modernización administrativa y política de
la monarquía comenzó a requerir de profesionales en temas sensibles como Gestión del Gobierno, finanzas, relaciones internacionales y sobre todo asuntos de guerra. El primer gabinete del primer presidente electo de la República, Guadalupe Victoria, fue de sólo de cuatro despachos ministeriales, inclusive con la caracterización de ministerios en tanto que tenían capacidad de gestión y sobre todo condición para rendición de cuentas: relaciones Exteriores e interiores, justicia y negocios eclesiásticos, hacienda y guerra.
Los gabinetes presidenciales cumplen dos funciones concretas:
Primero, encargarse de la evolución de los asuntos especializados del despacho presidencial y su división corresponderá a la que el presidente en turno le quiera dar.
Y segundo, convertirse en el espacio por excelencia de la organización política del grupo gobernante en función exclusiva de que de ahí surja el siguiente candidato presidencial oficial. De todos los presidentes mexicanos, sólo Vicente Fox y Enrique Peña Nieto salieron de gobiernos estatales, tomando en cuenta que la Jefatura de gobierno de la capital de la República siempre ha tenido funciones de gabinete, lo que les dio a López Obrador y Sheinbaum como gobernantes capitalinos cierto nivel de miembros del gabinete real.
El presidente López Obrador borró por completo la existencia del gabinete y centralizó todo en el despacho presidencial del Palacio nacional, y no sólo designando a prácticamente todos los funcionarios de cada Secretaría del despacho presidencial, sino de manera ostentosa borró las
oficinas de prensa, relaciones públicas o comunicación social para impedir que los encargados de las dependencias del gabinete utilizarán su cargo para promoción personal.
El gabinete de la presidenta Sheinbaum tiene dos escenarios operativos: primero, dar a conocer un verdadero equipo de trabajo con funciones en cada una de las áreas, aparentemente regresando a lo que también fue borrado en el sexenio que termina: los acuerdos presidenciales para desahogar temas específicos de cada área en reuniones del presidente de la República con los titulares de las áreas del gabinete.
Y segundo, mandar el mensaje a los diferentes sectores sociales y empresariales que tienen que ver con áreas determinadas de cada Secretaría del gabinete, lo que le daría mayor funcionalidad al desahogo de las actividades cotidianas de cada dependencia y le quitaría a la presidenta de la República el tener que atender y resolver asuntos cotidianos menores. El embudo de Palacio Nacional llevó a las actividades públicas del Gobierno que termina a una centralización que impedía una mejor funcionalidad cotidiana.
Como suele pasar cada inicio del sexenio, el gabinete destapado de la presidenta Sheinbaum es el de arranque y de tránsito de un grupo determinado a otro nuevo, lo cual implica la percepción de continuidades naturales, impuestas y hasta obligatorias, pero todo presidente al terminar su primer año tiene el derecho a la primera reorganización de su equipo de trabajo en función de sus propias necesidades públicas y sobre todo políticas.
Así que el juego de las sillas y del poder apenas comienza.