Por: Carlos Ramírez

La crítica antilopezobradorista ha enseñado muy rápidamente el cobre: su estrategia es buscar una ruptura de la presidenta Sheinbaum con el expresidente López Obrador, pero no en beneficio de una autonomía relativa sexenal, sino para dar por terminado el proyecto de reforma del Estado –que no cambio de régimen– que comenzó tarde por la falta de mayoría legislativa.

Sin embargo, y hasta donde se tienen datos analíticos, de todas las corcholatas de López Obrador, solo Claudia Sheinbaum Pardo garantizaba una verdadera continuidad de recuperación del hegemonía del Estado sobre un empresariado sin dirección política, sobre una oposición como posiciones económicas de poder, sobre clases sociales productivas sin ningún valor en la disputa de áreas de poder y todavía sin atreverse a entender que el PRI corporativista de Lázaro Cárdenas ya pasó a la historia y sobre una clase política con movimiento de masas carente de ideas y solo a la búsqueda de cargos públicos.

La tarea de la presidenta Sheinbaum se reduce a tomar la masa informe del lopezobradorismo sometido a la voluntad unitaria de su líder y transformarlo en una estructura de poder que evite la reconstrucción y relativismo del viejo bloque de poder como hegemonía priista y que construya nuevos liderazgos políticos pero sobre todo administrativos.

El dilema de la nueva presidenta no radica en optar por el continuismo vulgar o la ruptura transexenal, sino en replantear las reformas pendientes del paquete de 19 que propuso el presidente López Obrador el pasado 5 de febrero y darle síntesis estructural y funcional en la consolidación del Estado. La reforma tecnocrática de los años sesenta y la revolución neoliberal de los ochenta y los noventa se enfatizó en el Estado y sus alrededores y la élite priista-panista inventó el modelo de organismos autónomos sin autonomía.

Y el punto culminante de la estrategia neoliberal fue apropiarse del discurso democratizador disfrazado de una transición que nunca fue, que no se pactó y que no modificó las estructuras del poder, sino que se quedó en el ambiente intelectual dominado por la figura del salinista José Woldenberg y luego con el peñista Lorenzo Córdova Vianello, aunque a la larga solo bastó una ofensiva electoral de López Obrador para demostrar que la mal llamada transición mexicana a la democracia fue una ilusión óptica en tanto que no modificó estructuras de poder ni creó una nueva correlación social y solo benefició a una burocracia política y a una élite intelectual que terminó quitándose el disfraz democrático y apoyando a la candidata del PRIAN Xóchitl Gálvez Ruiz.

En ese escenario, la candidatura presidencial de Sheinbaum Pardo fue la única que le ofrecía a López Obrador garantías de continuidad de un proyecto político de reforma del Estado, en tanto que los otros precandidatos carecían de esa viabilidad: Adán Augusto López Hernández era el hermano mayor pero sin liderazgo de grupo, Marcelo Ebrard Casaubón era Marcelo Ebrard Casaubón y representaba a Marcelo Ebrard Casaubón y Ricardo Monreal Ávila tampoco iba más allá de Ricardo Monreal Ávila, los tres contribuyeron al fortalecimiento del proyecto lopezobradorista pero no garantizaban las tres condiciones de una asociación: personal del expresidente, de grupo y de proyecto.

Si bien se entiende el estilo político de López Obrador, su liderazgo personal, unitario y centralista prefiguró la condición indispensable para la sucesión en 2024: en efecto y aunque suene demagógico pero que fue muy real, el segundo piso del proyecto que se presentó en sociedad como Cuarta Transformación y que no fue otra cosa que reconstruir el Estado na- cional original de la Revolución Mexicana 1917-1940: la hegemonía de una estructura de poder y no de un grupo determinado.

La crítica antilopezobradorista está tratando de poner un cerco alrededor de la presidenta Sheinbaum para aislarla del proyecto de López Obrador y regresar a lo que el intelectual salinista Héctor Aguilar Camín reveló cómo el mecanismo de construcción de consenso del poder y la inteligencia y que López Obrador rompió de cuajo: los apapachos. No es extraño que toda la opinión pública que fue aislada del poder por López Obrador sea la que hoy pide de muchas maneras a la presidenta Sheinbaum que sea ella misma y no la continuidad del expresidente.

Cuando todos los damnificados del lopezobradorismo se percaten que seguirán otros seis años de penuria y de escasez de apapachos caminescos, entonces regresará la crítica rupturista.

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