Hoy martes ocurrirán dos eventos que cruzarán de costa a costa y de frontera a frontera el escenario mexicano: la votación en la Suprema Corte de la ponencia del ministro González como propuesta de salida política salomónica a la reforma judicial y la elección del próximo presidente de Estados Unidos entre dos candidatos que exhiben la decadencia del imperio estadounidense que dominó el siglo XX.

El fondo de la votación en la Corte es muy simple: no se trata del contenido de la propuesta de un ministro, sino de consolidar una reforma que restauraría el viejo modelo de dominación presidencialista sobre los poderes legislativo y judicial; es decir, la elección de ministros, jueces y magistrados no cambia la esencia de la estructura política del poder mexicano pero estará regresando por sus fueros al Ejecutivo, luego de la ilusión democratizadora como espejismo que funcionó a través de organismos autónomos que nada tenían de autónomos y que dependían del presidente de la República y de la mayoría legislativa priista-panista.

Inclusive la reforma para consolidar el principio de “supremacía constitucional” o mandato incorporado a la Carta Magna para prohibir controversias constitucionales o acciones de constitucionalidad contra las reformas al documento normativo del régimen político mexicano tampoco cambia nada ni instaura un régimen dictatorial, sino que todo se resume a la restauración del régimen político revolucionario-priista/ panista que funcionó en México de

1917 a 2018, cuando el presidente de la República como el poder absolutista absorbía/subordinaba/controlaba/dominaba a los otros dos poderes a través de los principales instrumentos de dominio presidencialista: el represivo con los órganos de autoridad, el económico a través del control totalizador del presupuesto y el político vía el reforzamiento del presidente de la República como jefe máximo/nato/supremo del PRI y que hoy regresa a la mayoría calificada de dos terceras partes de las dos cámaras con Morena para modificar la Constitución sin negociar con la oposición.

Pase lo que pase hoy en la Corte con la votación a la ponencia del ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá y su propuesta salomónica de elegir solo ministros de la corte y magistrados del Tribunal electoral y no jueces ni magistrados, el saldo es previsible porque se trata de una paradoja basada, tanto para la presidenta de la República y el presidente emérito como para la antigua Suprema Corte, de perder-perder, en donde quien gane tendrá que asumirse como derrotado.

Aún en el hipotético y casi imposible caso de que los promotores de la re- forma acepten la medida salomónica y someten a votación solo a ministros de la Corte y magistrados electorales, el aparato político y funcionalista de poder de México quedará desestabilizado a favor de la restauración del sistema político presidencialista, con un nuevo partido hegemónico y un Estado estructuralmente reforzado pero con los piernas de barro porque el nuevo modelo pospopulista carecerá de recursos presupuestales para sostener el modelo asistencialista improductivo.

Y gane quien gane en Estados Unidos, la capacidad de gobierno de la próxima administración en la Casa Blanca estará regida por la mediocridad compulsiva de un puritano sin proyecto de Estado ni de gobierno o por la mediocridad política de una burócrata improvisada y su base política de grupos de interés que desde hace tiempo se olvidaron de la ideología liberal y solo representan el modelo de explotación social.

El problema no está en estridencia; como escribió un analista en el Washington Post, Trump ya fue presidente y no fue fascista porque su problema es otro: tratar de encabezar la dirección política y económica y de seguridad nacional de un Estado imperial sin creer siquiera en la dimensión existencia de ese mismo Estado, como quedó demostrado en su periodo 2016-2020.

Ni tampoco está en la cara de espanto de la candidata Kamala Harris que desperdició cuatro años de su cargo como vicepresidenta y tuvo que esperar a que la demencia del presidente Joseph Biden le heredara por dedazo –muy al estilo priista mexicano– la candidatura a una vicepresidenta fantasmal, inexistente y mediocre.

Lo único que le queda a la administración de la presidenta Sheinbaum es seguir continuando con el modelo de relación bilateral basada en la doctrina de Lorenzo Meyer de “nacionalismo defensivo”, respondiendo con actos de autoridad a los abusos imperiales, desdeñando el poder de la Casa Blanca y atrincherándose en la sociedad mexicana que sigue cargando con la herencia histórica de que Estados Unidos le robó a México la mitad del territorio en 1847.

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