Por Carlos Ramírez

Como la política consiste en entretejer escenarios aparentemente separados, el principal mensaje opositor del domingo 19 quedó muy claro: Xóchitl Gálvez Ruiz no pudo revertir en el tercer debate la tendencia de las encuestas y la marea rosa fue obligada a subordinarse al PRI, al PAN y al PRD.

Si Xóchitl no gana las elecciones presidenciales como están confirmando las encuestas, la sociedad no partidista de la clase media antipopulista que llenó varias veces el Zócalo se quedará sin representatividad en las estructuras de poder del Estado porque las candidaturas a cargos de elección popular –sobre todo legislativas federales– fueron agandalladas por las oligárquicas dirigencias de los partidos de oposición y sus incondicionales.

Gálvez Ruiz cometió el error estratégico de mantener la separación entre su candidatura apuntalada por la sociedad no partidista y los cuadros partidistas que tendrán participación en las labores legislativas. La marea rosa tampoco exigió espacios de candidaturas legislativas para llevar a las estructuras de decisión del poder sus intereses de sociedad antipopulista y antilopezobradorista que no participa en las bases de los partidos.

El mensaje más importante del mitin de la marea rosa estaba en la gran decisión estratégica –inevitable, por cierto– de configurar la personalidad de Xóchitl Gálvez Ruiz como amalgama de una sociedad conservadora y antipopulista con lo que representaban las figuras e historias del PRI, del PAN y del PRD. La élite social antipopulista, configurada con nombres de exfuncionarios de Estado sin partido, supo el domingo que tendrá que votar por los candidatos de esos tres partidos que siguen representando la vieja élite de poder.

La gran expectativa que abrió la fuerza política de Gálvez Ruiz estaba en la necesidad de que su candidatura presidencial estuviera articulada a candidaturas sociales no partidistas a posiciones legislativas y a cargos estatales y municipales. Sin embargo, de manera ostentosa y hasta con desdén, los tres dirigentes oligárquicos de los partidos que candidatearon a Xóchitl impidieron que las candidaturas opositoras se presentarán como un gran proyecto de modernización política y de relevo de figuras en el poder y se negaron a abrir espacios institucionales a esos nombres de élites no partidistas que le hubieran dado calidad y consenso a la propuesta opositora.

En los hechos, ninguna de las importantes figuras de peso social que participaron en la construcción de la candidatura de Gálvez Ruiz y de las organizaciones de la marea rosa pudo alcanzar algún cargo de elección popular, dejando el mensaje de los partidos y la vieja burocracia partidista tendrá el control del poder legislativo y de poderes locales. José Ramón Cossío, José Woldenberg, Lorenzo Córdova Vianello, Beatriz Pagés, José Narro y otras figuras de la élite burocrática no partidista quedaron fuera de la posibilidad de tener representación en cargos legislativos.

El desdén partidista a las figuras del liderazgo social que configuraron el poder callejero de las marchas de la marea rosa ha dejado el mensaje ominoso de que la política seguirá en manos de la vieja clase política. Todo el impulso social de grupos ciudadanos que fueron acicateados por la estrategia de la activista empresarial Claudio X. González en la Coparmex carecerá de valor institucional porque las posiciones legislativas las dominarán los viejos líderes de la política profesional opositora y Xóchitl se quedará sin ningún cargo ni ninguna estructura real para crear una nueva oposición social al margen de los partidos.

En este punto es donde se localiza el peor fracaso de la candidatura de Gálvez Ruiz: encabezar el entusiasmo no partidista de una sociedad de clase media antipopulista, pero sin abrirle espacios en las instituciones de poder político legislativo y estatal. La misma candidata Xóchitl vio con desdén el perfil político de Alito, Cortés y Zambrano, pero lidió con ellos –si se entiende bien sus mensajes sinuosos al tocar el tema– tapándose las narices y desdeñando cualquier dependencia de las estructuras del partido y de sus líderes. Los tres jefes del PRIANREDE y sus incondicionales tendrán todo el control de la presencia en el poder legislativo y en gobiernos locales, sin que ninguna de las figuras de reconocimiento social que participaron en las marchas rosas tenga alguna participación en estas estructuras reales de poder del Estado.

Xóchitl y la marea rosa fueron los peldaños para consolidar en el poder a los viejos políticos opositores.

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