Apesar de todos los planes, programas, estrategias, acuerdos y salidas de emergencia a la crisis y por encima de pronunciamientos políticos de que se abandonó ya el modelo neoliberal del presidente Carlos Salinas de Gortari, lo único cierto es que no hay más camino de estructura económica que el neoliberalismo y que solo queda atemperar la concentración del ingreso de ese modelo con políticas sociales asistencialistas.
El Tratado destruyó las dos estructuras que venían funcionando mal que bien: una industria protegida que iba sustituyendo paulatinamente importaciones y había sentado las bases de una industria interna de transformación; y un campo subsidiado que fue disminuyendo su capacidad de satisfacción de las necesidades nacionales de alimentación.
La decisión de Salinas de Gortari fue la apertura brutal de la frontera para importaciones de productos de consumo inmediato, comenzando –si bien se recuerda– con los famosos Súper Americanos en Polanco que vendían casi todos los productos que antes se metían de contrabando en viajes desde territorio estadounidense. Con el Tratado se pasó de manera muy rápidamente a la libre importación de productos de consumo inmediato.
Para supuestamente ampliar la producción agropecuaria, el presidente Salinas de Gortari se echó el tiro de modificar el artículo 27 constitucional para privatizar el ejido y permitir unidades privadas-sociales en el campo, donde los ejidos nunca pudieron convertirse en potencial productivo. Hay inversionistas haciendo cola para coinvertir con ejidatarios, afirmó, pero la reforma el 27 solo liquidó el enfoque ideológico del tema agrario en el discurso político posrevolucio- nario y nunca pudo reactivar la producción agropecuaria. En 2022-2024, el promedio anual del PIB fue de 2.7%, en tanto que el promedio de la producción agropecuaria se desplomó a -0.5%. México no ha podido producir su propia comida y de un consumo aproximado de 46 millones de toneladas de maíz, solo se producen 27.5, apenas el 60%. ¿Cuánto presupuesto se necesita pri- mero para ponerle atención al campo, luego para solucionar las necesidades inmediatas y después para casi duplicar la producción de maiz, porque “sin maiz no hay país”.
El presidente Salinas de Gortari reformó el artículo 27 constitucional no por la necesidad de reactivar las posibilidades productivas del campo convirtiendo los ejidos en granjas o farmers gringas, sino porque en el ambiente de la perestroika salinista ya no era necesario tanto consentimiento en tanto que no existía una oposición partidista y el Estado tenía ya el control absoluto de las movilizaciones de los trabajadores y campesinos a través del PRI.
En este contexto, los 18 puntos del programa de emergencia del Plan México son certeramente claves para identificar dónde están los problemas, pero falta toda la parte operativa para reorganizar el regreso hegemónico del Estado en la producción, para liberar el presupuesto de los lastres populistas, neoliberales y pospopulistas y para crear una masa de inversiones de emergencia que se necesitan en la reactivación los sectores primarios y secundarios de la economía.
La presidenta Sheinbaum está atrapada en el peor de los mundos posibles: no puede salirse del T-MEC porque carece de un proyecto alternativo a la producción y porque no tiene fondos para impulsarlo en caso de que lo tuviera, pero los márgenes de maniobra del tratado salinista y lopezobradorista son tan estrechos que le han reducido movilidad al mínimo y que para romperlos re- quiere meter al país desde ahora mismo a una gran revolución productiva –industrial, agropecuaria y de paso reorganizar el sector servicios– que no está definida y quién sabe si alguien esté pensando cuando menos teóricamente en esa necesidad.
En términos de fortaleza personal, la aprobación presidencial es fundamental para la presidenta Sheinbaum Pardo, pero hay que tomar en cuenta de que no hay na- die en la crítica ni en la oposición que le haga la más mínima sombra. En consecuencia, el problema no es la popularidad, sino saber si existe ya el proyecto alternativo real e integral al neoliberalismo más allá de la retórica del posneoliberalismo, con la circunstancia agravante de que la popularidad en seco –por así decirlo– tampoco influye en nada en la construcción de la salida de la crisis.
Lo peor que le podría pasar al país en este momento es tener claro el proyecto alternativo para salir de la crisis, pero por imposibilidad presupuestal y de visión de Estado saber que esa alternativa es un mito genial.