Por Carlos Ramírez
Con la intención abierta de las principales figuras de la oposición de airear todas sus desavenencias sin pudores y con la candidata presidencial por delante, la coalición antilopezobradorista está mostrando no sólo su derrota sino adelantando su desaparición del escenario político nacional.
La candidata Xóchitl Gálvez Ruiz hizo el miércoles un roadshow en las televisoras que la impulsaron y se dedicó a revelar el machismo del presidente panista Marko Cortés, la ineficacia del priista Alejandro Moreno Alito y el fardo del perredista Jesús Zambrano, mientras la realidad también aireó el colapso opositor: los panistas quieren tumbar a Cortés, la presidenta del PRI en la derrota del 2000 –Dulce María Sauri– exige la cabeza de Alito y los perredistas quieren comerse a la marea rosa para convertirla en su partido posperredista de relevo.
Las reacciones opositoras a la aplastante derrota del domingo 2 de junio no hicieron más que evidenciar lo que se insistió desde la crítica racional: la oposición nunca construyó una alianza real, el Gobierno de coalición fue una broma demagógica que cuando menos un par de veces se mencionó en entrevistas, Xóchitl y las dirigencias de los tres partidos carecieron de entendimiento y se la pasaron peleando entre ellos, en los hechos se dieron tres campañas diferentes sin interrelación alguna –la presidencial, la legislativa y la de gobernadores– y los tres líderes de los partidos aparecían en fotos y después cada quien se iba a su cueva a conspirar contra los otros dos.
Un problema que afloró en los días posteriores a la derrota fue reconocer la ausencia de estructuras territoriales y de militancias de los partidos, sin que nadie se preocupara por entablar un diálogo o cuando menos una interrelación entre las estructuras de gestión de los partidos, los liderazgos sociales que emergieron en las marchas siempre repudiando a los partidos y a sus dirigentes y la clase media que se mezcló en las marchas con la presencia de masas de partidos y ambos tapándose las narices.
Ante la previsión certera de la oposición de que iban a enfrentar una elección de Estado, la coalición de los tres partidos careció de funcionalidad para construir un bloque político de resistencia con bases sociales y algún discurso cohesionador. Esta disociación llegó a su punto culminante cuando las dirigencias de los partidos desdeñaron el papel de los liderazgos sociales populares y les negaron candidaturas a cargos legislativos, además de que ninguno de los tres partidos estableció canales de comunicación política estratégica con las figuras de la sociedad civil –la de la clase media– que aparecieron como garantía para sacar a esa ciudadanía apolítica y a veces antipolítica a apoyar a la candidata Gálvez Ruiz, a pesar de que representaba lo peor de lo peor del PRI, del PAN y del PRD.
En este punto se puede ubicar el gran fracaso del activista ultraderechista Claudio X. González, quien derrochó de manera irremediable millones y millones de pesos para tratar de conseguir una alianza entre los tres desprestigiados partidos de oposición y los segmentos de la clase media no política que acudieron al llamado del rescate de la República. González no supo ser un líder constructor de un bloque opositor y se conformó con comprar lealtades a billetazo limpio.
Y luego de que la campaña fue un desorden de alianzas estratégicas y el día de la elección no hubo un sentido político para cohesionar discursos y movimientos, del 3 de junio en adelante todos los grupos del bloque opositor dinamitaron los muy delgados hilos de relaciones políticas y cada quien por su cuenta se dedicó a salvar su propio pellejo, dejando los indicios de que no podrá haber algún acuerdo legislativo opositor con las actuales dirigencias de partidos que fracasaron en la elección y que para colmo se agandallaron las principales candidaturas legislativas y se colocaron de manera autoritaria como jefes de las bancadas.
Sin pudor, los tres dirigentes de los partidos no sólo abandonaron a su suerte a la candidata Xóchitl, sino que la están culpando de un comportamiento no opositor el día de las elecciones, quizá también porque Gálvez Ruiz quería salvar un poco de su credibilidad. Las revelaciones de Xóchitl en sus entrevistas con Reforma y con Carlos Loret de Mola aportaron elementos analíticos para concluir que en la pasada elección general del 2 de junio no hubo una oposición como tal, es decir: una articulación político-ideológica-operativa, sino entendimientos mínimos entre los grupos de la oposición partidista y social sin ningún liderazgo.
La gran victoria de López Obrador fue haber destruido a la oposición conservadora.