Todos los análisis, evaluaciones y expectativas como nuevos inicios de gobierno se basan en experiencias anteriores y a partir de ahí se comienzan a establecer ciertos perfiles propios de los presidentes que inician su gestión.

Las sucesiones en el poder dominante –imperios indígenas, Nueva España y México Independiente– se basan en el hecho de que el emperador, virrey o presidente tiene todo el poder para imponer –no solo poner– a su sucesor y todos los salientes siempre escogen al más débil y al que de alguna manera podrían controlar.

Pero salvo los casos de Pascual Ortiz Rubio –el nopalito, por verde y baboso — y Abelardo Rodríguez –más negociante que militar–, todos los presidentes entrantes saben que de alguna manera tendrán que decidir entre su propio paso a la historia o responder a los intereses del expresidente en turno.

La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo empieza su periodo constitucional con una marca hasta ahora indeleble: la impuso el presidente López Obrador en un juego maquiavélico desde Palacio Nacional por dos razones sencillas: carece de un grupo que pudiera de alguna manera replantear el proyecto lopezobradorista y la lealtad y disciplina a su jefe como prueba permanente.

Las primeras evaluaciones al pie de la ceremonia de investidura con la banda presidencial, buena parte de los análisis hablan de una Sheinbaum militante social, figura del 68, presuntamente de la izquierda universitaria de la base estudiantil –no de la élite académica– y se ha multiplicado una foto donde una protesta aparece con una pancarta contra Salinas.

En términos de análisis político real, estos son elementos superficiales, sobreestimados aún si se toman al cien por cierto y sin poder configurar un elemento de peso a la hora de construir su liderazgo presidencial.

En cambio, López Obrador presentó desde su inicio una imagen de militancia en las calles, de liderazgo de protestas masivas, de confrontación con el poder y de armado de un partido que dominará los próximos sexenios y que no le pertenecerá a la presidenta Sheinbaum porque el presidente López Obrador dejó amarrada a su cuadro femenino más consolidado –Luisa María Alcalde Luján– y a su hijo Andrés Manuel Andy López Beltrán en el manejo del aparato del partido desde la Secretaría de Organización.

Sin partido, con un gabinete dividido entre herencias y algunas figuras propias y con un presidente saliente que hasta la última hora dejó muy claro su padrinazgo de su sucesora, la presidenta Sheinbaum tendrá no un año, tampoco seis meses y menos aún cien días, sino el escaso margen de los primeros diez días de su gobierno para definir un perfil propio o dejar que domine en la opinión pública su papel de intendenta de un proyecto que no es propio y al que le podrá dar cierto sello personal pero no lo suficiente como para asumir la totalidad del poder absolutista de la Jefatura del Poder Ejecutivo.

El presidente López Obrador marcó la imagen política pública de su sucesora cuando la llevó a su lado en los últimos dos meses de gobierno con la intención de dejar muy claro que la presidenta Sheinbaum pertenecía al proyecto político de López Obrador y que Morena y la propuesta de Cuarta Transformación se sintetizaba en la figura del presidente saliente rumbo a su expresidencia.

Los artículos y análisis y comentarios de las plumas conocidas y reconocidas como antilopezobradoristas jugaron un papel malvado de dejar abierta la posibilidad de un apoyo institucional a la nueva presidencia, pero a cambio de una ruptura abrupta con su antecesor. Y ahí vendrá la capacidad de la presidenta Sheinbaum Pardo para usar con astucia política la posibilidad de definir dos sexenios –el anterior y el propio– con estilos que reflejen el valor de sus propias propuestas, además de darle relativa continuidad institucional a las heredadas.

Más que ruptura, la posibilidad que enfrenta la presidenta de Sheinbaum Pardo es la del deslindamiento de los límites políticos de los sexenios, en el entendido de que todos los ojos de protagonistas del sistema político estarán adivinando e interpretando gestos y movimientos, lamentablemente para ella en medio de un clima antilopezobradorista que no es mayoritario, pero logró sobrevivir en el ecosistema político y que está esperando que a partir de hoy martes comience a cobrarle la factura a López Obrador sin el poder directo de la Presidencia.

Mañana 1 de octubre comenzarán los diez días que determinarán el sexenio de la presidenta Sheinbaum Pardo.

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