Por Carlos Ramírez

Los intelectuales mexicanos han sido unos bichos raros en la configuración de la praxis política: se presentan como figuras por encima del conflicto ideológico, pero en la realidad siempre han formado parte de las estructuras-apparátchiks de dominación cultural del régimen priista. Solo dos de ellos pudieron fijar su distancia del Príncipe: el ensayista marxista José Revueltas y el poeta y ensayista Octavio Paz.
Los más de 250 hombres de letras, científicos sociales y técnicos humanistas que pidieron el voto a favor de la candidata opositora Xóchitl Gálvez Ruiz cruzando las boletas electorales del PRI, el PAN y el PRD pasaron de la aureola de la reflexión a militantes de la alianza centro-ultraderecha que representa la abanderada de la oposición.

Los intelectuales que firmaron la carta el lunes sólo confirmaron aquella afirmación de octubre de 1972 de Octavio Paz en la introducción al número 13 de la revista Plural dedicado al tema de “México 1972. Los escritores y la política”: “la historia de la literatura moderna, desde los románticos alemanes e ingleses hasta nuestros días, es la historia de una larga pasión desdichada de la política.

Aunque aparece como uno de los dos pivotes de la carta de adhesión de intelectuales de intelectuales a la candidatura presidencial del PRIANREDE, el historiador Enrique Krauze ha sido víctima de lo que pudiéramos considerar como la maldición de Paz, porque su comportamiento militantemente electoral a favor de una candidata que representa los intereses de la derecha política mexicana del PAN no cumple con la puntualización estricta que el autor de la presidencia imperial definió en un texto sobre los intelectuales y la fascinación del poder que publicó el 5 de febrero de 1996 en la revista Proceso:

“Ni príncipes poetas, ni avatares del Cihuacóatl, ni letrados de la corte, ni teólogos del dogma revolucionario, ni consejeros áulicos, ni gallos que quieran máiz, ni agarrados de las tripas, ni firmantes de pactos tácitos, ni becarios del presupuesto, ni embajadores de lujo, ni ministros sin (o con) cartera, ni viajeros de primera clase en “aviones de redilas”, ni tinterillos a sueldo, ni ideólogos, ni voceros, ni asiduos. La misión de los intelectuales no es gobernar, sino criticar.”

Krauze reduce la función de los intelectuales a votar por una candidata que representa los intereses del PRI salinista –no del cardenista–, del PAN calderonista –no de Gómez Morin– y del PRD del Jesús Ortega echeverrista –no neocardenista–. Ante la oportunidad de convertirse en consejero machiavelliano de la Princesa Xóchitl, Krauze reproduce el papel que jugó Héctor Aguilar Camín como consejero del proyecto neoliberal de Carlos Salinas de Gortari. O, también en esos alcances de la historia y de ganar Gálvez Ruiz las elecciones, Krauze sería el Carlos Fuentes del régimen prianista como Fuentes lo fue del presidente Echeverría, un ajuste de cuentas de la contradictoria historia de los intelectuales.

El desplegado de los intelectuales a favor de Gálvez Ruiz sería una segunda traición histórica de su papel como parte de la praxis política: en el 2000, la izquierda intelectual abandonó la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas y se sumó a la campaña derechista de Vicente Fox Quesada; ahora, los intelectuales militantes se subordinan al proyecto ideológico conservador de Claudio X. González en la figura de la candidata Gálvez Ruiz.

Queda para el estudio de la relación de los intelectuales con el poder –a partir de los razonamientos de Octavio Paz– la militancia política de Enrique Krauze: en 2018 organizó una operación política –la Operación Berlín– para combatir activamente la candidatura presidencial de Andrés Manuel López obrador y ahora, encabeza junto a su némesis Aguilar Camín, una campaña para convertir a los intelectuales en los flautistas de Hamelín que jalen votos a favor de la candidatura de Xóchitl, que después de los debates sigue teniendo en promedio más de 20 puntos abajo de la candidata oficial Claudia Sheinbaum Pardo.

Los intelectuales mexicanos apoyaron de lejos a los estudiantes en el 68, pero en los hechos todos sus comportamientos han estado en la lógica de la “pasión desdichada de la política”, como Aguilar Camín y Carlos Monsiváis que fueron piezas clave del bloque ideológico del presidente Salinas de Gortari.

Y en el modelo crítico de Julien Benda, los intelectuales traicionaron su papel de pensadores críticos de la realidad –tesis centrales de Daniel Cosío Villegas, Octavio Paz y el propio Krauze– para convertirse en un sector neocorporativo del bloque PRIANREDEX.

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