Tultepec, Estado de México. — Montserrat Hanael Romero tenía 22 años. Vivía, como tantas jóvenes, en lo que prometía ser un lugar seguro: el fraccionamiento La Antigua, en Tultepec. Ahí también fue asesinada. Ahí también fue invisibilizada.

Durante cinco días estuvo desaparecida. Su cuerpo fue hallado por un jardinero en una caseta de vigilancia de apenas 1.20 metros cuadrados, a solo unos metros de su hogar. Cinco días. En un espacio minúsculo. En un fraccionamiento con seguridad 24/7. Nadie la vio. Nadie la buscó ahí. Nadie abrió la puerta.
¿Cómo muere una mujer en un espacio vigilado sin que nadie lo note? ¿Qué tipo de seguridad presume un lugar que ignora un cuerpo durante casi una semana? ¿Qué dice eso de nuestra idea de “protección”?
Peor aún fue cómo se informó: con un mensaje seco, sin nombre, sin humanidad, sin contexto. Una “persona” había sido retirada de la caseta. Nada más. Como si fuera basura. Como si no fuera Montserrat. Como si su muerte estorbara más de lo que doliera.
Los vecinos, confundidos y furiosos, empezaron a exigir respuestas. Pero la administración del fraccionamiento respondió con evasivas y advertencias. Silencio impuesto bajo el pretexto de la “Ley Ingrid”, diseñada para proteger la dignidad de las víctimas, pero tergiversada aquí como una herramienta de intimidación y censura.
¿Qué se quiso ocultar? ¿Por qué tanto miedo a hablar? ¿A quién protege el silencio?
El lugar del hallazgo no fue acordonado. La escena no fue preservada. La investigación, si la hay, avanza bajo un velo opaco. Montserrat fue asesinada en su fraccionamiento. En su entorno. Y la omisión institucional grita más fuerte que cualquier declaración oficial.
Este fin de semana, el administrador del fraccionamiento, Ulises González Saavedra, fue removido de su cargo e investigado por presunta malversación de recursos. Pero los vecinos insisten: esto no es solo un caso de corrupción administrativa. Es un crimen, y alguien debe responder.

Hoy, la comunidad de La Antigua se organiza. Protesta. Exige justicia. Se niega a guardar silencio. Porque Montserrat no será un número más. No será otra víctima cuya historia se diluye en la indiferencia.
Porque si una joven puede morir dentro de su propia casa y nadie lo nota durante cinco días, ¿cuánto vale la vida de una mujer en México?
La respuesta está pendiente. La justicia también.
Pero esta vez, la comunidad no dejará que Montserrat sea olvidada.
Su nombre es un eco que ya no se puede apagar.