El hombre más rico del mundo se aleja de Trump para centrarse en sus negocios, golpeados por su incursión en la política. Sus ambiciosos objetivos de recorte del gasto público han quedado muy lejos de cumplirse.
Los aficionados al rock lo saben bien: está claro cuándo empieza una gira de despedida, pero no cuándo termina. La de Elon Musk, colaborador clave de Donald Trump al frente del DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental), arrancó esta semana en Washington, ciudad a la que el empresario ya ha comenzado a decir adiós. Tras una caótica incursión que lo convirtió en noticia internacional, Musk ha iniciado su retirada del escenario político con el mismo dramatismo con que entró.
“No me necesitan para que DOGE funcione. ¿Acaso no creció el budismo después de la muerte de Buda?”, lanzó Musk, con su habitual mezcla de ironía mesiánica y desdén técnico, durante una rueda de prensa improvisada a la salida del Capitolio. A su lado, un asesor intentaba —sin éxito— evitar que alguien le preguntara por la caída de las acciones de Tesla y SpaceX tras sus últimas declaraciones sobre la “ineficiencia estructural” de los subsidios federales… que hasta hace poco beneficiaban a sus propias empresas.
De cohete empresarial a misil político (fallido)
Su nombramiento como jefe del DOGE fue recibido con entusiasmo entre los sectores más radicales del trumpismo económico, ansiosos por ver a un tecnócrata millonario aplicando la lógica del mercado a un Estado hipertrofiado. En la práctica, la lógica de Musk se tradujo en una sucesión de anuncios estridentes, recortes mal diseñados y despidos que terminaron generando más caos que ahorro. Las promesas de reducir un 25% el gasto administrativo federal se esfumaron tras los primeros informes de impacto: “El DOGE se mordió la cola”, admitió un funcionario del Tesoro bajo condición de anonimato.
La oposición demócrata, inicialmente cautelosa, no tardó en encontrar munición. “Musk creyó que gobernar era como gestionar X: decir lo primero que se le ocurra y esperar que alguien lo programe”, ironizó la senadora Elizabeth Warren en una entrevista con MSNBC.
El regreso al redil corporativo
El desgaste fue doble. Mientras en Washington se acumulaban los memorandos inservibles, en Silicon Valley las juntas directivas de sus empresas empezaban a emitir señales de alarma. Las acciones de Tesla, Starlink y X han registrado caídas de hasta el 18% desde que Musk asumiera el rol político. Inversores clave, como BlackRock y Fidelity, habrían presionado en privado para que el empresario “retome el control de sus compañías antes de que el mercado lo pierda”.
El propio Musk ha admitido que su presencia en el DOGE se ha convertido en una “distracción improductiva”, aunque —fiel a su estilo— lo expresó como si hablara de un experimento lunar: “La misión DOGE ha demostrado límites gravitacionales que no anticipamos. Tiempo de regresar a la órbita de origen”.
¿Despedida definitiva?
Aunque ha iniciado su retirada, nadie en Washington se atreve a darla por definitiva. Musk ya ha dado varias veces por cerrado un ciclo solo para reabrirlo con más ruido. “Es como el iPhone: siempre hay una nueva versión que parece igual pero promete más”, dijo un asesor republicano. En los pasillos del Congreso se especula incluso con que Musk pueda reaparecer en campaña, esta vez como “zar digital” o incluso como posible secretario de Comercio si Trump regresa a la Casa Blanca.
Por ahora, sin embargo, su gira de despedida continúa. Próximas paradas: una conferencia sobre inteligencia artificial en Austin, un foro de inversión en Dubái y, quizás, una entrevista exclusiva con Joe Rogan. Porque si algo ha demostrado Musk es que no hay mejor forma de despedirse que dejando la puerta abierta.