En septiembre de 1975, el presidente Luis Echeverría operó su sucesión presidencial poniendo a José López Portillo como candidato pero imponiendole a tres fuertes precandidatos perdedores que dependían de la voluntad presidencial.
La idea era acotar el margen de maniobra del siguiente mandatario.
Cuando decidió su modelo de corcholatas sucesorias, el presidente López Obrador puso la candidatura de Claudia Sheinbaum Pardo pero al mismo tiempo –en el modelo Echeverría– repartió cargos en el siguiente gabinete a tres fuertes precandidatos para que dependieran del presidente saliente y no de la presidenta entrante: Marcelo Ebrard Casaubón, Ricardo Monreal Ávila y Adán Augusto López Hernández, nada menos que en las tres posiciones claves de poder: la renegociación del Tratado, la Cámara de Diputados y el Senado.
A Echeverría le duró muy poco el gusto: antes de cumplir un año, el secretario lopezportillista de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, le quitó el expresidente su red privada del teléfono rojo desde dónde daba instrucciones al gabinete, se autoexilió en la embajada más lejana al otro lado del mundo como representante en las islas Fiji que ni siquiera estaban reconocidas de manera diplomática y los tres echeverristas impuestos al sucesor –Porfirio Muñoz Ledo, Augusto Gómez Villanueva y Hugo Cervantes del Río– quedaron anulados.
El pleito actual que no inventó la prensa ni fabricaron los “adversarios” de la 4-T estalló entre el jefe senatorial López Hernández y el jefe de diputados Monreal Ávila forma parte del reacomodo de grupos políticos y de poder por ajustes de cuentas de dinero entre los dos jefes legislativos, pero fue un conflicto que estalló por la ausencia de algún espacio estabilizador interno: la secretaria de Gobernación depende de manera directa de Palacio Nacional y de manera indirecta del Palacio de Palenque, por lo que su intervención fue casi como la de una consejera matrimonial para evitar la ruptura en los dos brazos políticos operativos del Gobierno de Sheinbaum.
El trasfondo tiene que ver con indicios de reajuste en la correlación de los poderes reales en el Ejecutivo de Palacio Nacional, pero al mismo tiempo debe asumirse como las complicaciones que tiene el ejercicio de poder trasmano en una sucesión de figuras dependientes del poder absolutista de López Obrador. Es posible que el expresidente en efecto sea ajeno a cualquier involucramiento directo en el conflicto, pero las circunstancias en los hilos tensos de poder lo involucran porque él impuso a los dos jefes legislativos y les dio instrucciones directas para un juego transexenal que tendría que terminar nada menos que en 2036.
Los dos involucrados –López Hernández y Monreal Ávila– quedaron atrapados en un juego de poderes, y cuando menos así lo demuestra el lenguaje corporal de la fotografía tomada en el Palacio de Bucareli, los dos sentados y no de pie, y una atmósfera de tensión que la imagen no puede ocultar: Monreal tiene los dedos entrelazados en señal de tensión y enojo, pero al mismo tiempo de sumisión; y López Hernández enlaza su mano derecha sobre la muñeca izquierda en señal de contención de puños; y la secretaria Rosa Icela Rodríguez en medio coloca sus manos en cada uno de sus muslos como dando a entender que está ahí solo para evitar que su oficina se convirtiera en un verdadero ring de boxeo libre.
Lo más grave de todo es el lenguaje típicamente prista-lopezobradorista de la presidenta Sheinbaum y del jefe senatorial Gerardo Fernández Noroña tratando de ocultar lo inocultable y disfrazando con declaraciones demagógicas que todo está perfecto en el Camelot cuatroteísta, con una sociedad pasiva que digiere lo que le den ya digerido y con una comentocracia que solo ha descrito lo que se ve y que narra un choque de poderes y una crisis en la relación entre Palacio Nacional y Palacio de Palenque. La presidenta de Morena, Luisa Maria Alcalde, exsecretaria de Gobernación en el sexenio pasado, aceptó unas crisis de relaciones de poder.
Y como se perfilan las cosas, de manera obvia, el proceso de sucesión presidencial de 2030 sigue las viejas reglas del régimen priista: el inicio de realineamientos, nuevos bloques de poder, alianzas estratégicas, justo desde la noche del 1 de diciembre en que tomó posesión de su cargo la presidenta Sheinbaum Pardo.
Y como en los tiempos priistas, la presidente en turno dedicará sus primeros cuatro años de gobierno a lidiar con los grupos políticos heredados, con la sucesión presidencial adelantada y con su propio proyecto que arranca con funcionarios de la administración anterior.
El pleito López Hernández-Monreal Ávila tiene un trasfondo que no se puede ocultar.