Por Daniel Valdez García
INTRODUCCION
En las facultades de medicina se enseña a proteger la salud emocional de los profesionales evitando sentir, una estrategia para mitigar el sufrimiento ante la muerte de pacientes. Se les educa para bloquear los sentimientos y así evitar el dolor emocional.
Por otro lado, algunos médicos y abogados defienden el “derecho a la muerte digna”, un término que frecuentemente se asocia con el suicidio asistido o eutanasia.
En cuanto al ministerio sacerdotal, existen pocas herramientas científicas y de atención para apoyar dignamente a quienes están en peligro de muerte. La información sobre muerte cerebral se basa en el protocolo de Harvard de 1960, diseñado para facilitar la donación de órganos, pero ofrece poca orientación para decisiones pastorales. Según el principio “en caso de duda, adminístrese el sacramento”, el Catecismo de la Iglesia Católica (número 1499) sugiere encomendar a los enfermos a Dios para aliviar su sufrimiento y salvación[1].
TRANSVERSALIDAD ÉTICA EN LA PRAXIS MÉDICA
Es crucial, respetando los valores y creencias individuales, abordar dignamente el final de la vida. Mientras abundan los conceptos de muerte, el enfoque metafísico no siempre ayuda en la práctica médica. Es de suma importancia y trascendencia afrontar dignamente el final de la vida de cada persona humana. Es diagnóstico más relevante es el de la pérdida de la vida. Los conceptos son abundantes, prevalece el metafísico, pero eso no ayuda mucho en la adecuada praxis médica.
Consideremos cuando un órgano o tejido perdido puede cambiarse por órgano o tejido sano, al respecto el relato más antiguo y directo sobre esto es atribuido a San Cosme y a san Damián cuando transplantaron una pierna gangrenada a un sacristán con la extremidad inferior de un hombre muerto, lo cual fue en el siglo IV de esta era. Pasaron siglos hasta llegar a los transplantes del siglo XIX.
Por años el flujo respiratorio era criterio para determinar el final de la vida. Se consultó al Papa Pío XII en 1957 sobre los que asistidos para poder respirar habiendo flujo sanguíneo, y dijo que la muerte de “facto” o de “iure” tiene consecuencias de alcance más largo, y es el médico, particularmente el anestesiólogo quien dirime esa cuestión. Y será el Papa San Juan Pablo II quien acepte la donación de órganos, considerada un acto de caridad y amor, según el Papa Juan Pablo II[2].
Actualmente el monitor da la posibilidad de declarar la muerte, y aún hay perfusión de los órganos que facultan los transplantes.
Definimos los conceptos de muerte que tenemos, pero no hemos definido la propia muerte; hay incluso conceptos religiosos o filosóficos. Los médicos se basan en los criterios encefálicos y cardíacos para determinar el diagnóstico de pérdida de la vida, sumando los aportes de la inteligencia artificial (IA) para diagnósticos más puntuales.
Recuerdo a un alumno que tenía a su cargo la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), y decidió desconectar a un paciente de 43 años de edad que llevaba tiempo con el respirador artificial, y se presentó el “síndrome de Lázaro”, también llamado “autoresucitación” en el cual el paciente despierta y recupera algunos signos, como la frecuencia cardiaca, automatismo respiratorio, restauración de la circulación e incluso movimiento de grupos musculares [3].
VIVIR CON DIGNIDAD HASTA FINAL
La autonomía del paciente es fundamental al decidir aceptar o rechazar tratamientos o actos heroicos. La pérdida la capacidad por el coma, y deviene el juicio constitutivo para juzgar que hubiese querido ese paciente. El punto de partida es la voluntad del paciente para rechazar los tratamientos o la posibilidad de donar órganos. Dicha autonomía está representada subliminalmente en La creación de Adán, es un fresco en la bóveda de la Capilla Sixtina pintado por Miguel Ángel; el hombre que solo tiene que levantar la falange, el libre albedrío para tocar lo divino, es decir, para tocar al Padre Creador envuelto en una atmósfera que parece representar al cerebro como centro de la vida[4].
Hoy en día se habla de muerte encefálica crónica. Lo cual genera una gran diversidad de problemáticas. Nuestra Ley General se Salud (2024) dice que si los familiares no aceptan los criterios actuales, pueden mantener la vida de esa persona. Obviamente eso no es indefinidamente. La ética preside el cese de soporte vital, respetando la voluntad anticipada del paciente. Las neurociencias aportan, aunque dejan incertidumbres.
Por todo lo anterior, puedo asegurar que el sacerdote ante el diagnóstico del final de la vida se encuentra ante un dilema Biomédico y Bioético. Se ha de paliar el dolor físico y espiritual, incluida la asistencia espiritual acorde a las creencias del paciente. Así el ministro contribuye a la calidad de vida del paciente en fase terminal. Cada día es más urgente que la bioética se dé en las instituciones de profesionales de la salud de manera transversal, y no sólo puntual en un curso o dos.
En el caso del sacerdote católico, sabe que los enfermos cuya situación por edad o enfermedad está en peligro su vida, pueden recibir los sacramentos de la reconciliación, unción y comunión como viático, a fin de lograr de la mejor manera posible la plena conciencia del enfermo.
Cuando acontece un accidente y el equipo de resguardo permite al sacerdote acercarse a los accidentados, éste deberá discernir sobre lo más adecuado y digno para atender a las personas según las circunstancias se lo permiten. Se trata de “ayudar a bien morir”. Lo mismo vale pare los enfermos en situación extrema en el hospital o en su domicilio, ya sea que esté desahuciado, en agonía o recién fallecido, en cuyo caso puede administrar bajo condición por la duda de que esté completo el diagnóstico de pérdida de la vida.
Los cuidados paliativos requieren empatía y están centrados en preservar la dignidad y calidad de vida del paciente, particularmente en el caso de los niños, cuyo bienestar es fundamental[5]. También es importante considerar que un sacerdote podría, sin darse cuenta, desensibilizarse ante la muerte debido a su frecuente participación en rituales y su labor espiritual con los moribundos.
[1] Sacram Unctionem Infirmorum, cf CIC, can. 847, §1
[2] Evangelium Vitae, 86.
[3] Cfr. Dávila GG (1998). Criterios para el diagnósco de muerte cerebral en México. Acta Pediatr Mex.; 19 (2): 69-75
[4] Suk, I., Tamargo, R., 2018. Neoplatonic Symbolism by Michelangelo in Sistine Chapel’s Separation of Light from Darkness. Journal of Biocommunication 42. https://doi.org/10.5210/jbc.v42i1.9331
[5] Pérez Vera, Elisa (1993). “El menor en los convenios de la Conferencia de La Haya de derecho internacional privado”, REDI, vol. XLV, p. 112.