Se disculpa la estridencia del expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León después de 24 años de ausencia de la realidad mexicana en los que estuvo trabajando en la consolidación del régimen imperial de Estados Unidos. Pero también se le debe excusar esa dificultad que suelen tener los tecnócratas para entender la política, sobre todo porque política y economía son dos hemisferios binarios que vienen desde Machiavelli.
En febrero de 1970 el poeta Octavio Paz en modo de brillante ensayista político publicó su texto Posdata y ahí dejó muy claro cuál era en ese momento el dilema de México después del 68 estudiantil: dictadura o democracia. Sin embargo, la salida del régimen priista fue la de distorsionar el régimen autoritario para llegar a lo que Mario Vargas Llosa caracterizó en 1991 cómo “dictadura perfecta” –siguiendo a Huxley–: cuando los gobernados claman por dictadura.
Zedillo renació opositor en junio de 2018 cuando Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia sin fraude y contra la interferencia del presidente Peña Nieto con 53% de los votos, 5 puntos porcentuales arriba de los que obtuvo Zedillo en 1994 como candidato impuesto por el presidente Carlos Salinas de Gortari para frenar los intentos de Luis Donaldo Colosio de desviar el rumbo del neoliberalismo mexicano.
Todas las caracterizaciones negativas que se han hecho contra el proyecto transexenal de López Obrador ofrecen una lista de formas políticas de gobierno perversas, pero que ya habían sido acreditadas al régimen priista de 1929-2018: golpistas, autócratas, autoritarios, absolutistas, déspotas, represores, militaristas, dictatoriales y tiranos, entre muchos otros. El PRI se salvó hasta 1994 y Zedillo como presidente no fue demócrata en la alternancia, sino que careció de pericia política para gestionar su sucesión del 2000 y aceptó la victoria del PAN como un acto de venganza personal contra el PRI que le impidió poner a Guillermo Ortiz Martínez o José Angel Gurría Treviño como su sucesor.
Como economista matemático, Zedillo siempre demostró una incapacidad para la política. Su sexenio pudo funcionar porque tuvo al Liébano Sainz como vicepresidente político en la oficina de la Secretaría Particular de Los Pinos, pero el presidente tuvo muchas intervenciones imprudentes que ni siquiera pudo salvar la habilidad de Liébano.
La argumentación que trajo Zedillo a México para confrontar la reforma judicial del presidente López Obrador y su mayoría calificada en las dos cámaras se centró en la utilización de una categoría básica de la ciencia política: tiranía. Y anduvo diciendo que tiranía para acá, tiranía para allá, tiranía para acullá, pero sin ningún rigor político que demostraba la insensibilidad de que alguien ejerció el poder como un puño pero no aprendió la dinámica de la política.
En pocas palabras, y la argumentación viene desde el padre de la ciencia política, Aristóteles, la tiranía es el régimen perverso de descomposición de la monarquía; por lo tanto, a Zedillo le sonó muy feo y duro el concepto de tiranía y lo dejó regado en el ambiente político antes de regresar a su zona de confort en el sistema ideológico y económico del capitalismo norteamericano y sus universidades que capacitan a nacionales de otros países para que vayan a reproducir el modelo dialógico estadounidense.
El PRI que hizo presidente a Zedillo nació del fondo de la Constitución de 1917, cuyo eje del autoritarismo político estuvo en la definición clara de un régimen presidencialista –que no presidencial–: la Constitución de 1824 fue parlamentaria porque las diputaciones provinciales mandaban al congreso federal una terna de candidatos presidenciales, la de 1857 abrió la elección indirecta con alrededor de 12,000 votantes exclusivos para designar al presidente y la del 17 introdujo el voto secreto universal y directo para el jefe del Ejecutivo y ahí nació el presidencialismo del PRI que extendió hasta el Gobierno de López Obrador.
Lo que no ha entendido Zedillo –ni entenderá porque la ciencia económica es una ciencia hechiza– es que López Obrador aprovechó las reglas de la democracia para ganar y encaminar su proyecto. Zedillo le dijo a Ciro Gómez Leyva que Morena había escondido la reforma judicial y que el electorado había votado a ciegas, ignorando Zedillo que López Obrador definió el 5 de febrero, entre otros, la bandera de la reforma judicial como Plan C y toda la campaña de los candidatos legislativos fue obtener la mayoría calificada para modificaciones constitucionales.
Zedillo llegó, agitó, se quedó aislado como voz en el desierto y regresó más enfurecido a su cubículo académico y empresarial en Estados Unidos.